
Vivir en Dominicana sin duda da para escribir un libro de anécdotas y experiencias sin fin. Al final voy a creer a los que dicen que podré llevar 20 años aquí y aún seguiré sorprendiéndome como ya conté la semana pasada. Y no es que acumule anécdotas para escribirlas al cabo del año, para nada. De hecho, un post semanal no es suficiente para todo lo que sucede. Las vivencias de esta semana pasan por dos escenarios y las 48 horas que se suceden entre mi vista a Samaná y La Romana.
El primero durante la escapada de fin de semana a la península de Samaná, uno de los lugares más bellos que he visitado desde que resido aquí en la isla. Afortunadamente el verano es temporada baja, por lo que apenas hay turistas y permite disfrutar la zona para quienes buscamos tranquilidad.
Aunque también debe influir el precio que tiene llegar a Samaná, todo un filtro que se llama “peajes”. Ir y volver a Samaná desde Bávaro desciende mi cuenta corriente a un total de 56 dólares. Eso es, circular por las carreteras dominicanas es mucho más caro que circular por las carreteras catalanas. Y mucho menos seguro, sin lugar a dudas.
La belleza está en los ojos de quien mira, Charlotte Brontë

Pero eso no es todo. Salimos felizmente con el coche hacia la playa de la que todo el mundo habla cuando de pronto nos para un policía. Es la primera vez en dos años que nos ocurre, así que aunque sea una mañana soleada mi marido, imagino que nervioso, saluda con un afectuoso “buenas noches”. Yo desde mi asiento de copiloto pienso en la cantidad de infracciones que cometemos no teniendo los papeles en regla: que si me ha caducado el seguro del coche hace unos días, que si aún no me he sacado el carnet de conducir. Madre mía que nos van a empapelar.
Me saluda el joven policía con un apretón de manos. Vaya, eso sí que no me lo esperaba. Lo primero que nos pregunta es si llevamos armas de fuego ¿armas de fuego? Me río entre aliviada y nerviosa, esto no ha hecho más empezar.
A continuación nos pregunta si somos turistas, que hacia dónde vamos. Y ya de paso, pues que resulta que el Capitán cumple hoy 50 años y están haciendo una recolecta para comprarle un regalo, y que, por supuesto, estamos invitados a colaborar. Mi marido responde con un simple “ahhhh pues felicidades”, pero el joven uniformado no se da por vencido.
Si dejas de indignarte, también perderás la capacidad de entusiasmarte, Joan Tudela

– Entonces, ¿van a colaborar?
– Pues resulta que no conocemos a su Capitán, responde mi marido.
– Eso no es problema, están ustedes invitados a su fiesta en el cuartel a partir de las 20h.
– Mmmmmm… vaya qué hora más mala -le digo- a esa hora ya estaremos cenando, sólo hemos venido a pasar el fin de semana y queremos conocer más la zona.
– Bueno, no es problema, ya saben que ustedes pueden venir si lo desean, ¿y la recolecta?
No tenemos escapatoria, pues bajo la sombra están apostados otros cuatro policías y no está el horno para bollos para jugársela en este país. Saco la carterita de los menudos para los peajes con la intención de darle todo lo que llevo encima, pero mi marido, que me conoce y no es tan espléndido como yo, raudo y veloz agarra un billete de 50 pesos (un dólar al cambio), no más. Fin de la historia.
A pesar de ello, tranquilidad precisamente es lo que no tenemos en una de las visitas a la playa más bonita de la península: la Playa del Valle. Sin duda merece la pena la visita, pues no es la típica playa que se acostumbra a ver por aquí. Está enclavada entre dos grandes lomas cubiertas por densa vegetación. El lugar es realmente hermoso, y además apenas hay gente y tenemos mesa en el chiringuito sobre la arena. Encargamos auténtica comida criolla para chuparnos los dedos. Nos pedimos una Presidente y decidimos tirarnos a la bartola sobre la arena mientras nos preparan el pescado.
Tranquilidad va a ser lo único que no encontremos hoy

Pero el momento soñado se convierte en una pesadilla por culpa de un grupo de locales que llegan con su carro hasta la mismísima orilla y nos contaminan con el dichoso reggaetón, que mira que es que me suena todo igual. Y además, es que no entiendo si es que esperan que les agradezca que pongan banda sonora a mi momento de máximo placer con la misma canción, que parece que está en loop, ¿alguien de verdad sabe lo que dice, por cierto, la letra?
Ellos ‘tán buscando cámara y yo ‘toy buscandome el efectivo
Me tratan de matar y como quiera les salgo vivo
La cotorra que tengo los manda pa’ intensivo
La guerra no ha empeza’o y ya se le acaban’ los tiros
¿Alguien de verdad sabe lo que dice, por cierto, la letra de este reggaetón?
Porque juro por mis muertos que la que se va a liar a tiros soy yo. Suerte que no voy armada porque soy de mecha corta. Pero vamos a ver, pendejos, que la playa es de todos y me estáis volviendo majara con la Marianela de los cojones.
Súbeme la música DJ, ¿Qué pasa?
Bájame una botella de Grey, ¿Qué pasa?
Ando con los tiguere’ de Gualey, ¿Qué pasa?
Dando la para con la gente de Cristo Rey, ¡Way!
Es que a mí me va a dar algo. Es insoportable, imposible no pensar en otra cosa, y mucho menos intentar leer. Me voy a dar un baño, vuelvo a salir y ahí sigue dando por saco Marianela, mientras el grupo de tigueres están ahí, bajo la sombra de la mata de coco con la música a todo volumen viendo la vida pasar. Jamás entenderé esta mentalidad del “yo” sobre todas las cosas. El desconocimiento de lo que significa convivir en sociedad, el nulo uso del plural. Al final ganan ellos, como siempre, así que comemos y abortamos operación.
En República Dominica se habla siempre en primera persona del singular
A pesar de ello el fin de semana es uno de esos que sientes haber disfrutado plenamente. Pero llega el lunes y otra vez a la carga. Hoy toca resonancia magnética en La Romana. Tengo hora a las 16h, y como va a ser mi primera visita a la ciudad vecina prefiero salir con tiempo porque sé que me voy a perder.
Primera en la frente, me quedo sin saldo en el teléfono móvil, así que sin Google Maps estoy perdida. Además, me distraigo y me salto la salida de la autopista. A pagar un peaje de salida y otro de entrada para dar la vuelta. Ya van 200 pesitos. Cuando entro en La Romana creo estar en el mismo infierno ¡pero esto es la jungla!!!! Será verdad que vivir en Bávaro es estar en una burbuja donde nunca pasa nada. Aquí el tráfico es un caos total para mí.
Estoy completamente perdida y sólo busco un lugar donde recargar mi tarjeta. Entro en un colmado de mala muerte donde no sé si me van a robar el bolso o directamente voy a morir de una infección. El amable joven que me atiende no parece estar sorprendido al verme aún desencajando totalmente con el paisaje. Le pregunto si recargan datos del móvil y responde “y si no los tenemos los fabricamos para Usted”. Por fin me relajo, aquí no ha pasado nada.
En los momentos de crisis aparece el buen humor dominicano que siempre me roba una sonrisa
De paso pregunto por la Clínica y me dicen que cuál de las dos: Canela 1 o Canela 2. Ni idea. Decido llamar directamente para que me den la dirección. Enésima sorpresa, la telefonista me pregunta dónde estoy: ni puta idea. Pero Usted deme la dirección de la clínica y yo lo busco en Google Maps. Vaya por Dios, no se sabe la dirección. Que vaya donde el Obelisco. Joder, qué tropa cómo diría Mariano.
Finalmente llego milagrosamente puntual a mi cita: a las cuatro en punto entro por la puerta. La sala de espera está a rebosar, y la amable Marisel, la secretaria, me dice que tienen un retraso de hora y media, que por qué no me voy al supermercado. Mejor que estar de pie en una sala repleta de gente. Regreso al coche y recuerdo que en La Romana hay una panadería donde dicen hacen pan de verdad.
La experiencia no puede ser más grata: no sólo es orgásmica la sensación de ver todos los panes expuestos, sino que el tipo que los hace es un catalán que ha montado este pequeño gran negocio ¡incluso sabe hacer ensaimadas!!!! Me llevo un pan de cada y prometo regresar tras una amena charla.

Me pierdo varias veces más por aquello que mirar el móvil y conducir por la infernal Romana. Se me antoja misión imposible. No entiendo cuándo hay que ceder el paso, no entiendo lo que significan los pitidos y decido cerrar los ojos ¡y que sea lo que Dios quiera! Ya me esquivarán, que por algo llevo un carro grande.
Otra vez milagrosamente llego una hora y media después a la consulta. Me dice Marisel que tengo un paciente delante y después voy yo, que serán sólo diez minutos. Me siento, ahora sí que se ha despejado la sala. Decido leer un rato, al final saldré con la resonancia hecha y con el pan debajo del brazo, tampoco ha ido tan mal.
Sin embargo, lo que iban a ser diez minutos se convierte en otra hora y media rodeada de algunos pacientes que esperan su informe mientras ven vídeos a través de sus móviles o mandan audios de voz o escuchan otra vez a la dichosa Marianela. Todo ello sin audífonos, claro, que por algo este es un país muy dado a compartir.
República Dominicana es un país muy dado a compartir
De pronto, alguien se atreve a quejarse de la larga espera. Marisel, con voz pausada y autoritaria le increpa:
– ¿Sabe por qué se le llama paciente? Porque las cosas hay que hacerlas despacio pero bien. Estamos tratando con las vidas de Ustedes.
Todos nos miramos con caras de no entender nada al mismo tiempo que nos arrugamos en nuestros asientos con la boca bien cerrada.
Cuando por fin me quedo completamente sola pienso, qué raro, mi cita de las 16h ¿era la última del día? ¿Nadie detrás de mi? Cuando salgo por fin cuatro horas y cuarto después de haber llegado a la Clínica ya es de noche. Marisel se ha ido, las luces están apagadas y la puerta cerrada con llave. Afortunadamente era la última paciente para el técnico, quien amablemente me acompaña hasta la salida pasando por urgencias. Es noche cerrada y aún me queda salir de esta ciudad que tan hostilmente me ha tratado. Dando un rodeo considerable consigo salir a la autopista. Dos peajes más y estaré en casa.
Mi marido me pregunta qué ha pasado, porqué me han hecho esperar cuatro horas. Honestamente le respondo “cariño, es que ni he preguntado. Y no es por no preguntar, pero preguntar para nada, de verdad, es tontería”. Hoy me han pillado de buenas y no me he quejado.
La rastra de mentiras y excusas que le da Marisel al día siguiente a mi Doctor en varios audios de voz dan para otro post. Pero prefiero relajarme y pensar en mi aventura del día anterior, en las ricas tostadas de pan que me estoy tomando para desayunar mientras juro que jamás volveré a pisar La Romana salvo para saludar a César y llevarme el pan de verdad a casa todas las semanas.
Jjkjjj querida amiga, pues no te queda nada aun por Conocer y sufrir. Hasta ahora tu has vivido la RD light para turistas y chicos bien. Deberias visitar y compartir en Los barrios que dicen Los reguetones que tanto te gustan.
Un abrazo.
Jesus
Al pasito Jesús, al pasito. Una se esfuerza, lo disfruta, pero también nos hacemos mayores ¡¡¡jajajajajajajaja!!!
La verdad es que lo mejor de vivir en RD es que nunca hay dos días iguales 😉
Un abrazo.
Laura.