
Esta mañana me he levantado de muy buen humor. He visto la entrega de los premios gordos de la ceremonia de los Oscar en directo mientras me tomaba mi café con leche, alegrándome por haber ido al cine a ver Gravity justo ayer por la tarde, la gran triunfadora de la noche (de la mañana en mi caso). Por una vez estoy de acuerdo con la Academia, no es la mejor película ni la mejor interpretada, pero sí la mejor hecha y mejor dirigida (aguantar a Sandra Bullock durante dos horas tiene mucho mérito).
He roto con mi rutina diaria de ir al gimnasio y he ido a «hacer gestiones». Hoy era el turno de recoger mi ansiado Qatar ID, dos meses under process. Sorprendentemente me lo han entregado, la tarjeta que me autoriza a permanecer en el país como residente por tres años. O dicho de otro modo, el documento que certifica que ya no tengo que pagar más impuestos en España.
Así que he salido como un rayo de la oficina administrativa y me he subido a un taxi dirección al departamento de tráfico. Juré que nunca más me subiría a un taxi, pero he aparcado lejos, hace calor, y en realidad no puedo conducir pues mi licencia temporal caducó hace dos semanas. Hoy estoy en racha y no quiero correr ningún riesgo.

Así pues, me dirijo hacia el departamento de tráfico compartiendo con mis amigos vía whatsapp que por fin soy residente catarí. Hay tantas historias de gente que lleva esperando meses y meses…
Cuando me compré el coche no pude ponerlo a mi nombre porque no tenía Qatar ID, sin él tampoco puedo abrir una cuenta corriente, ni tener tarjeta sanitaria. Y, básicamente, sin él no puedo residir en el país a no ser que entre y salga con mi visado de turista. Así que esta mañana tenía motivos de sobra para sentirme pletórica. Un problema menos.
Entro en los headquarters de tráfico en Doha, otro edificio sobre dimensionado que más bien parece un palacio, impresionante.
Me dan número para mis trámites y espero pacientemente. Cuando ya veo mi número en la pantalla me intercepta en el camino un guardia de seguridad. No muy amablemente me dice que me cambie de ropa. What???? Me repite una y otra vez que me cambie de ropa y me invita, sin opción, a que abandone el edificio. Y no bromea.
Llevo unos pantalones vaqueros con una blusa de manga corta, muy ancha y larga, tan larga que cubre mi trasero. Sabía que no se podían enseñar los hombros, pero ¿y los brazos? No entiendo dónde está el problema.
Al ver mi cara atónita (sin tono) y mi falta de movimiento (me habré quedado con cara de atontada con la boca abierta) me manda a una señorita que está detrás de un mostrador. Le digo que ya ha pasado mi número, que si me puede atender, que estoy para solicitar mi permiso de conducir, y me contesta que debo cambiarme de ropa. “Are you kidding me???”, es lo único que se me ocurre decir, ¿debo volver a casa a cambiarme sólo porque voy en manga corta? Pero al observarla me doy cuenta que está muy seria que va a ser inútil discutir con alguien que va cubierta de arriba abajo, incluida la cara. Son las normas.

Salgo completamente humillada del edifico. Me invade la rabia a la misma velocidad que las ganas de llorar. Me reprimo. ¿No hablo yo siempre de respeto y tolerancia? Pues es el momento de demostrarlo. Pero siento impotencia. Estoy en la calle bajo un sol abrasador y sin coche. Y por esta zona no abundan los taxis.
Por fin aparece uno, le digo que me lleve a casa. Y entonces me desahogo en un mar de lágrimas. Sé que todo es relativo, sé que forma parte de las reglas del juego, sé que no debo ofenderme, sé que se trata de una costumbre que hay que respetar. Sé que cuando se me pase lo contaré a mis amigos como una anécdota. Pero no puedo parar de llorar.
Pero que me pase a mí esto, que desde que llegué aquí he sido meticulosa con el vestir, jamás con tirantes, siempre en manga corta o larga, ropa ancha, con mi pañuelo para tapar el escote, nada de minifaldas. Jamás había llevado tantos vestidos largos. Me lo tomé como algo divertido renovar mi vestuario. Pero siempre lo hice por convicción, porque sabía a dónde iba y tenía muy claro que adonde vayas debes respetar las costumbres del lugar. No sólo me parece respetable que haya unas normas de conducta a la hora de vestir, sino que nadie debería discutirlas. Porque cada uno en su casa tiene sus normas. Es como lo que nos decían nuestros padres, mientras vivas en esta casa harás lo que yo te diga. Y fastidiaba un rato. Pues eso. Además, debo decir que este país es muy tolerante con las expatriadas, porque dentro de los hoteles, básicamente donde nos movemos, no hay restricciones para lucir palmito. Y en los malls hace tanto frío que no te queda otra que ir en plan esquimal por culpa de los aires acondicionados, incluso en invierno.

Saco de mi bolso un revista, de esas que siempre compro para pasar el rato en los semáforos y en los atascos. Y descubro abrumada que incluso en las fotografías de moda hay censura. Por un lado se editan y se venden, pero por otro alguien se ha dedicado a cubrir el exceso de carne con un rotulador. ¿Lo habrán hecho una a una?. La primera vez que vi algo así me quedé de piedra, pero lo que tiene el paso del tiempo es que te vas acostumbrando a todo, y en lugar de preguntarte una y otra vez el por qué de las cosas, te relajas y te preguntas de dónde habrán sacado esta tela tan maravillosa para confeccionar la abaya y por qué a ellos nunca se les arruga su pijama. O por qué a ellas no se les escurre el velo cuando yo tenía que sujetármelo con horquillas cuando visité Irán.
Una vez en casa me seco las lágrimas y decido que no me dejaré vencer tan fácilmente. Así que me cubro con mi eterna cazadora vaquera, me subo al coche y en el primer semáforo en rojo saco mi barra de labios favorita: Russian Red.
A por ellos.
Entro de nuevo en el edifico de tráfico dispuesta a no amilanarme. Cualquier trámite burocrático se me hace un mundo, pero esta vez es algo personal. Sí o sí tengo que salir con mi licencia para conducir, de lo contrario saldré humillada y conduciré ilegalmente.
Cuando toca mi turno me encuentro en el mismo lugar de esta mañana, mostrador 76, pero esta vez me atiende una señorita menuda y muy tímida que había presenciado la escena anterior. Revisa mis papeles y me explica que falta la firma de mi marido, mi sponsor, quien me da permiso para conducir, así como una copia de su Qatar ID o pasaporte. Estoy a punto de venirme abajo de nuevo.

La señorita espera pacientemente y me insiste en que busque bien entre los papeles. Yo no doy crédito, al final me vencerán, y de nuevo no puedo reprocharles nada. Me falta un papel y punto. Entonces me dice que puede ir preparándolo y que mañana sólo tengo que pasar por su mostrador, entregarle el documento en el que mi marido firma que me autoriza a conducir y la copia de su ID. Resignada le digo que sí, que mañana volveré. Y entonces, cuando ya me disponía a salir con el rabo entre las piernas. Voilà! Me entrega una tarjeta que pone Driving License. La miro una y otra vez, por un lado y por otro, la miro a ella, veo mi nombre, mi foto, la vuelvo a mirar a ella.
Apenas me salen las palabras pero la miro agradecida y le digo que mañana sin falta estaré en el mostrador 76 con todos los papeles firmados. Y espontáneamente le digo que me acaba de hacer muy feliz.
Salgo con una gran sonrisa hacia mi coche, celebrando que lo he logrado, pero sobre todas las cosas, feliz por descubrir que aún hay gente amable y generosa en el mundo.
No todo está perdido.
P.D. este post lo escribí a primeros de marzo, y sólo tres meses después del incidente se ha hecho pública una campaña para que los turistas y expatriados vistamos decorosamente según sus normas bajo el slogan: «Si estás en Catar eres uno de los nuestros. Ayúdanos a preservar la cultura y los valores catarís, por favor viste modestamente en los lugares públicos.«.
Actualmente se están repartiendo folletos para informarnos de cómo debemos vestir, esto es, cubrir hombros, brazos, piernas y tobillos, no marcar las formas femeninas, vestir con ropas holgadas y no utilizar leggings, pues éstos no son pantalones. Y así lo estipula también el artículo 57 de la Constitución. El incumplimiento de estas normas está penado, y actuar indecorosamente puede acarrear desde una multa hasta seis meses de cárcel. Particularmente, de tener esta información me hubiera ahorrado el que me echaran de un edificio público. Porque no es el motivo en sí, no se trata de si estás de acuerdo o no con estas normas, sino del shock y la humillación que te produce algo tan inesperado.
Por algo dicen que la información es poder.
Jo, Laura ¡¡¡ que manera de retroceder muchas centurias al pasado y tener que vivir en el medievo con cerebro de playa balear¡¡¡ Y QUE SUERTE estar en Qatar ¡¡¡, imágínate en Arabia Saudí o Yemen¡¡¡
un fuerte beso.
¿Has visto que suerte tengo, poder viajar en el tiempo?
Lamentablemente, las normas en el vestir no son el problema de este país, aunque sí, podría ser mucho peor…
Un beso.
Jo no durava dos dies! Aisss cuanta intolerancia hi ha pel mon….
Antònia, tu aquí te faries d´or!!!!
Pensa que van tapades, però hi què me dius de ses mans, els peus i els maquillatges????
Aquí hi ha molt de mercat, i no hi ha crisis!!!!!!
Això sí, curts com sa màniga d´un guardapits….
Muak!
Laura, you’ll never walk allone. Aqui coronen reis nous! Em sembla que tindràs un vehí nou aviat. Salut!
Estimat amic Santi, vos deix tot sols sis mesos i mira quin berenar…
En Xavi ja no és el que era, en Puji és pare de família, i tenc un veí nou que surt a la CNN.
Vos heu tornat bojos o qué?
😉