
Ya lo decía el desternillante anuncio con su retahíla de pensamientos “la natación es el deporte más completo”, sí, sí, pero además proporciona anécdotas inolvidables a la par que algún que otro accidente fatal.
Hace tres años empecé a nadar con regularidad en un polideportivo municipal, lo típico que haces cuando tus rodillas ya no soportan el peso de tu propio cuerpo, porque en el agua, algunos más que otros, flotamos todos.
El desarrollo muscular de mi espalda se truncó con la llamada de Qatar, cual rezo al alba, y muy a mi pesar, tuve que despedirme del entreno militar de mi monitora Marita alias la Teniente O’Neil.

Sin embargo, la temporada 2013-2014 no pudo haber empezado mejor, pues fui capaz de mejorar mi técnica –y con ello rebajar el número de contracturas- gracias al socorrista keniata de la piscina del hotel que durante un año y medio fue mi hogar. De manera totalmente altruista, Gabriel me esperó cada mañana para machacarme en una piscina de apenas 17 metros de largo si nadaba en diagonal. También fue el lugar donde aprendí a nadar mariposa sin ahogarme a la tercera brazada, y donde me auto-recompensaba con una hamburguesa a pie de piscina cuando el sol del desierto aún permitía no salir corriendo bajo al amparo del aire acondicionado. Pero de esa época maravillosa ya escribí en uno de mis primeros posts ¿Los negros flotan?.
La situación idílica un día terminó con la huida del socorrista. Nunca sabré si fue por los enfados que cogía cada vez que erraba en algún ejercicio o bien si fue por una oferta en una piscina más grande y con mayor remuneración. De este modo, ante la dramática situación de no tener a alguien diciéndome cómo y cuánto tenía que nadar, empecé a investigar las posibilidades de encontrar una piscina en condiciones en Doha con el apoyo incondicional de mi marido. Visitamos la piscina olímpica del Aspire, cuya respuesta a nuestra solicitud realizada hace ahora un año y medio aún espero. No obstante, quedó automáticamente descartada porque mujeres y hombres estaban obligados a nadar en piscinas diferentes. Tras meses de búsqueda infructuosa, un buen día me encontré con la piscina ideal: Hamilton Aquatics en Al Jazeera Academy, relativamente cerca de casa, clases diarias de siete a ocho de la tarde con un grupo “Masters”, un coach y un assitant, un precio razonable, parking propio, y el único sacrificio era no morir en el intento por llegar a tiempo en hora punta al salir mi marido del trabajo.

Conseguimos llegar quince minutos antes de la hora prevista para nuestra primera clase de natación con un grupo de nadadores de verdad. La piscina estaba desierta, pero no nos sorprendió, pues llegar a la hora en Doha es más una intención que una realidad. Nos cambiamos en el vestuario, viejo y aparentemente abandonado. No parecía que estuviéramos en uno de los países más ricos del mundo ni por asomo. A pesar de haber hablado días atrás con el coach, un tal M. Simpson, en un acento de lo más British, me sorprendió la ausencia de puntualidad británica. Empezamos a estirar mientras veíamos las manecillas del reloj pasar. Cuando ya empezaba a bostezar, decidí que con entrenador o sin él iba a hacer unos largos, pero inesperadamente algo me lo impidió. En el fondo del agua se apreciaban machas de algo cuya consistencia era más que dudosa. Difícilmente habría podido averiguar jamás de qué se trataban las masas semi-líquidas o semi-sólidas de color más bien tirando a la gama de los ocres. Pero la ventaja de estar casada con un ingeniero, es que una tiene respuestas para casi todo: se trata de un accidente fecal, me dice.
Cómo dudar de él, pienso, pero cómo carajos sabes que se trata de un accidente fecal, y sobre todo, cómo es posible que ocurra algo así. La respuesta está, como casi todo en esta vida, en las experiencias previas.
Entonces me dice que me vista y de camino a casa me cuenta la surrealista historia del geriátrico del cual fue responsable de mantenimiento durante un tiempo.

Una mañana recibió una llamada urgente del centro en cuestión, había habido un accidente muy grave, un accidente fecal. Fatal, será que ha habido un accidente fatal. No, no, respondían al otro lado del teléfono, se trata de un accidente fecal. Mi marido seguía entendiendo que se trataba de un fatal accidente e insistía en preguntar de qué se trataba exactamente. Por tercera vez le contestaron que el tema del accidente se debía a una fatalidad de tipo fecal, a la incontinencia de los mayores en la piscina del centro geriátrico. Por aquel entonces jamás se había encontrado con una situación parecida, y como suele pasar, la primera vez no se olvida. Aprendió el protocolo de actuación sobre la marcha y nada más ver la piscina del Al Jazeera Academy no dudó en decirme, cariño, vístete que nos vamos a casa, la piscina va a permanecer cerrada por unos días.
Cuando se me pasó el espasmo emocional, decidí escribir al tal M. Simpson para saber por qué no se nos había avisado del fatal accidente. Las respuesta a mi mail fue: Please accept my apologies, we had to close the pool at short notice on Sunday.
Por supuesto, jamás volví a reunir fuerzas para volver a aquella piscina, así que alterné solitarios largos en la piscina del hotel con los largos del fin de semana en compañía de mi marido.
Lo primero que hice al volver este verano a Mallorca, fue apuntarme a la misma piscina municipal a las órdenes de Marita a sabiendas de que las primeras semanas iba a sacar el hígado por la boca. Con lo que no contaba es con la convivencia con un grupo social que me tiene atemorizada. La ventaja de estar de vacaciones en Mallorca es que se vive muy bien, la parte negativa es que los horarios de una persona desempleada coincide con otros desocupados, o peor, con los jubilados.

Desde mi más absoluto respeto hacia las personas mayores de 65 años que acuden cada mañana a su clase de aqua-gym o de natación. Me quito el sombrero por su iniciativa de ponerse en forma, de aprovechar una de las pocas instalaciones municipales, junto a las bibliotecas, donde por un módico precio pueden pasar el día y ponerse en forma. Bravo por todas aquellas personas sin complejos que se meten en el agua y mueven sus cuerpos al son de la música discotequera a las 9 de la mañana. Ojalá llegue yo a su edad con la mitad de energía y su alegría, porque eso sí, no paran de hablar. Pero hay cosas con las que no contaba, accidentes que dejan huella, y no hablo metafóricamente. Las sesiones matinales de mi grupo de natación son una mezcla de jóvenes desocupados, adultos que trabajan en turno de tarde y algún que otro jubilado.

El problema viene cuando llegas tarde y te toca compartir carril con los dos jubilados de la calle uno. Es lo más parecido a una carrera de obstáculos: medir la distancia para no chocarte, adelantar cuando haya carril libre suficiente, hacer el viraje sólo cuando haya una distancia prudencial, esquivar cuerpos cuando a alguien se le ha olvidado regresar por el lado izquierdo del carril o peor aún, cuando se regresa en diagonal ocupando todo el ancho posible. Pero lo peor no es la cara de reprimenda cuando fortuitamente les golpeas como si hubieras calculado el momento y la intensidad exacta para fastidiarlos, sino su venganza, probablemente no meditada (o sí). El día que se meten en el agua con manoplas y aletas, ese día es como revivir el día de la bestia. Cada largo es un ejercicio de esquivar zarpazos en las piernas, brazos, espalda, pecho o en la cara. Ese día sales de la piscina con más heridas que Rocky Balboa.
Pero salir de la piscina también tiene su particular historia porque le sigue la parte en la que te diriges directamente a la zona de las duchas para disfrutar de tus diez minutos de relajación bajo el chorro de agua dulce sabiendo que a la salida te espera la recompensa, esta vez el llonguet de turno.
Sin embargo, puede que mi nivel de tolerancia se acerque cada vez más al cero, porque es como si tuviera que pasar por el peaje de la penitencia. Siempre hay cola, pues parece ser que las señoras del aqua-gym tienen más agilidad para salir del agua y llegar antes que nadie a las duchas mientras que yo no sé cómo me las arreglo para llegar siempre la última y tener que hacer cola. Es muy habitual que a nadie le importe un carajo si estás esperando desnuda con la toalla en la mano tu turno, pero pobre de ti si te duchas antes que ellas, porque entonces tienes que soportar comentarios del tipo “esta niña se cree que está sola en la ducha (…) parece mentira que se tire una hora para ducharse (…) seguro que en su casa no gasta tanta agua (…) vamos nena que hay gente que espera (…)”, etc, etc.

Pero mientras permanezco de pie permitiendo que se cuelen -porque las personas mayores pueden hacerlo, no como tú que estás sola ante el peligro y te juegas la vida y la reputación ante todos-, tengo que aguantar que hablen a gritos con la compañera de la otra punta de la zona de duchas o que se guarden el sitio delante de mis narices. Me sé de memoria el nombre de sus nietos, si roncan o no sus maridos, las operaciones a las que han sobrevivido, el tamaño y ubicación de sus cicatrices, lo que pagan de luz y de agua en sus casas teniendo en cuenta que se duchan cada día en la piscina, me aprendo de memoria el menú semanal que van a preparar para comer, lo bien que les salió la tarta de queso el domingo, cuánto cobran sus hijos que están en el paro o lo mucho que trabajan por un mísero sueldo los hijos de las más afortunadas, hasta sé lo que les cuesta a estas mujeres con su pensión llegar a fin de mes. Y así podría seguir hasta escribir un libro autobiográfico de cada una de ellas. Si algún político quiere saber cómo viven y lo que piensan nuestros mayores en España, que inviertan diez minutos al día porque son una fuente inagotable de información.

Ni que decir tiene que este momento ducha no tiene absolutamente nada que ver con mi concepto de recompensa tras el esfuerzo físico, especialmente si pienso que podría estar tirada tan tranquilamente en la playa. Pero como se suele decir, si no puedes con tu adversario, únete a él o, en mi caso, cambia de estrategia.
Con lo que no contaba es que salir cinco minutos antes de la piscina saltándome los estiramientos no iba a dar el resultado esperado porque para entonces quienes han asaltado las duchas es el equipo veterano de pilates femenino.
Está claro que ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo.
Jajajaja aquest post ha estat molt divertit , i dui de tu que ademes de moooolta paciència tens Molta educació!
Ja me coneixes Antònia, pot ser que me calli i no digui res, però sa meva cara és un poema!!!!
I ses coses que no puc contar, per «educació». jajajajajajajajajaja!!!!!
Besos guapa!
Jajajajajajja em pixo!! Em vaig passar algo a una piscina de NZ,5 min per ducharte y vestirte, pero coincidint amb 20 adolescents del curs de natació + jubilades kiwis!
Anim que ja casi ets una mes del grup jajaja
Petoons
Jajajajajajaja, ja veig que hi haurà més posts inspirats en anècdotes aquàtiques 😉
It’s the final countdown!!!!!!
Muak!
Aqui la teniente oneil,jajaja,m’hagrada el nom i els alumnes que veniu amb una actitud positiva i amb un nivell excelent per cada clase que prepar,com si fos per jo 😉
Continuarem a tope,hem d’aprofitar els dies de juliol que estic amb vosaltres jejeje
Beso
¡Señor, sí Señor!!!
Marita, és que si no venim amb aquesta actitud positiva i amb un bon nivell de forma ens pegues unes bronques monumentals, ens tens a tots acollonats!!!!
Bromes a part, te podem ficar dins sa maleta i ens entrenes allà on anem?
Ets única, i saps que te fas estimar 😉
Laura&Gabi.
jajaja… llevaba tiempo sin leerte! muy bueno y real como la vida misma.
Besos
¡¡¡Tan real como que lo he vivido en mis propias carnes!!!!
Besets.
Qué bueno Laura me has recordado porque deje de ir a nadar a Son Hugo por lo frustrada y agotada que me sentía ante esa carrera de obstáculos para poder nadar al final decía buffff es igual me voy!! Jajajaja
Jajajajajajajaja, Mariola, veo que somos unas artiostas a la hora de poner excusas y no nadar. Nada más llegar yo ya empezaba a resoplar, ya podía llevar el gorro y las gafas puestas que lo único que me apetecía era salir corriendo!!!!!
Un beso.